Aquí tenéis lo que María Blanca ha reflexionado sobre mi novela. Lo comparto con vosotros y vosotras porque creo que os gustará. Para mí ha sido una satisfacción inmensa que mi prima me haya leído y, además, que me haya dedicado este artículo. Se lo agradeceré siempre.
He leído el libro Cuadernos de vida de
Purificación Bulnes con ilusión, y con mucha atención. Tengo que decir que en sus 485
páginas he encontrado entretenimiento, emoción, un inteligente manejo de
recursos literarios y en ningún momento aburrimiento o desinterés. Y aunque tengo
que decir que no soy ninguna escritora, menos una crítica literaria, solo soy una
modesta lectora que lleno mi vida de la distracción y la curiosidad que me
proporcionan los libros, escribo estas líneas con la pretensión y el
convencimiento de que contribuyo a generar el interés que merece este libro y
su autora.
Desde
mi punto de vista, y diría que no soy única, la literatura no es un ejercicio
de preciosismo para minorías, sino que una buena literatura es aquella que es
capaz de llegar a todo el mundo. Entiendo que una excesiva sofisticación es a
menudo un esnobismo pretencioso y no quiere decir que la ausencia de ella sea
sinónimo de banalidad o trivialidad en modo alguno. La archiconocida lección que
Juan de Mairena nos proporciona a través de una de las clases a sus
alumnos puede ser una muestra de ello: Juan de Mairena
le dice a un alumno: Ponga usted en lenguaje poético esta frase: los eventos consuetudinarios que acontecen en la
rúa. El alumno responde: lo que pasa en la calle.
Y es que Puri
escribe igual que habla, sin artificio, con la naturalidad y la claridad que la
caracteriza, pero a la vez es capaz de urdir un relato para atrapar al lector: en
ocasiones no revela explícitamente los hechos sino que los deja en manos del
lector para que éste los interprete; ritmo y descripción hacen que resulte muy
fácil acaparar la atención de éste y es
que además, Puri tiene la extraordinaria virtud de hacerte partícipe de la
historia como si fueras un personaje más de ésta.
Cuadernos de vida es un recorrido por la Extremadura de
los años 60 y 70 que Puri, con los mejores recursos literarios, utiliza con
extraordinaria inteligencia y maestría.
La primera parte, además de un relato -conocer a Puri y verla
crecer en un pueblo de la Extremadura de esos años- hace otra cosa: aumenta el interés de lo que conocemos en una época de nuestra historia reciente, a
través de los ojos de una adolescente. Una adolescente consciente y sensible de
lo que sucede a su alrededor, y sin pormenorizar acontecimientos, nos explica
las transformaciones sociales, sobre todo las que se dieron en el campo y
afectaron a muchas de las familias que acabaran emigrando a la ciudad o a
destinos más lejanos. O en el peor de los casos, cómo familias enteras durante
las vacaciones compensaron su situación económica yendo a la recogida del
algodón, la vendimia o al trabajo hotelero de la Costa Brava.
Puri dice cosas que no escribe, pero implícitamente las está explicando.
Cómo estos cambios afectaron a la vejez (a través de la estrecha relación con
su abuela, con la que pasa largas temporadas), a la soledad de ésta, a la
difícil combinación para las familias: llevarse a los abuelos y alejarlos de su
entorno y a la vez poder mejorar la educación de los hijos. Trasladarlos del
pueblo a la ciudad no dejaba de convertirse en un difícil ejercicio de
adaptación, porque, y a pesar del confort de la gran ciudad la gente mayor solo
quería conservar su modo de vida, su casa, su pueblo, su mundo, donde a pesar
del frío y el brasero de picón, muchos abuelos y la abuela de Puri en
particular, solo necesitaban reconocerse, ella a través del ventanal que daba a
la plaza de Ibahernando, un mirador al mundo, a un mundo seguro, conocido que
siempre pensó que era el suyo.
Habla sin decirlo de la nostalgia y el desarraigo de los Internados,
lejos de casa. Primero en Trujillo y después en Cáceres, asesoradas por Don
Florián, quien ejercía de auténtica autoridad en Ibahernando como párroco. De
la añoranza y de los momentos de felicidad al volver al pueblo, a Ibahernando, que
al final se reducían al campo con sus hermanos y la fiambrera con la tortilla de
patatas casera.
Al final Cáceres, a la Universidad y la carrera de Filosofía
y Letras y al final también el traslado de la familia entera. Así poco a poco
año tras año hasta quizás los años 2000, en que muchos emigrantes de esos años
una vez jubilados vuelven a casa, Ibahernando se fue vaciando.
Y así también leyendo la nueva vida universitaria en Cáceres
y sin casi darte cuenta o mejor dicho en un extraordinario ejercicio intelectual, te
encuentras con una aventura detectivesca que vive Puri y un compañero
universitario: Roberto. Pero no parece que haya ninguna fisura entre el primer
episodio real y este otro ficticio. Más bien te das cuenta tarde de que has
entrado, como sin querer en una novela de ficción protagonizada por ella misma y
su mismo entorno, como si en realidad esta aventura fuera una extensión de la
primera, una aventura real de Puri, una perfecta combinación entre realidad y
ficción.
No cuesta ver que la Puri, que se está construyendo en la
primera parte del libro, ahora en la Facultad de Filosofía de Cáceres, es la
misma. La misma que antes se representaba tan bien a sí misma lo hace ahora
inventada y se parece muchísimo a una historia real: el encuentro de un
misterioso dinero conducirá a Puri y a Roberto a buscar solución al entuerto, en
un entorno de drogas ,de un asesinato y secuestro fugaz de la misma Puri; de las
pistas que conducen a Riomalo, un pueblo de las Hurdes, pero sobre todo con un objetivo
de fondo: los dos tienen la pretensión de escribir una novela que sin saberlo
ya la están escribiendo.
No sé si existen Floro, Hipólito o Antoñino, y por supuesto el
hippie del sombrero de caracolas o la misma Luisi, pero ahora me resulta muy
fácil imaginármelos. Sobre todo, a Floro. Cuando leo novelas suelo tener mis
personajes preferidos y en este caso es sin duda Floro: un personaje marginal,
ambiguo y perdedor, que por supuesto no voy a desvelar aquí su final.
Tengo más motivos para hablar del libro de Puri, y el más
entrañable es el personal. Puri, Purichi o Purita es mi prima y es mi amiga y
no me ha sorprendido en absoluto lo que desde mi punto de vista demuestra Cuadernos
de vida, su talento. Compartí con ella mis primeros años de vida, hasta
los 9, que emigré con
mi familia a Gerona. Pero, sobre todo fue amiga y cómplice de mi adolescencia.
Agosto era el acontecimiento más esperado por mi familia: viajábamos 7 en
un 124 amarillo familiar de Gerona a Ibahernando 1000km. Sin aire
acondicionado, sin cinturones de seguridad y por carreteras de segunda llenas
de camiones. Ibahernando era la meta donde pasábamos el mes entero y donde mis
hermanos y yo vivimos las primeras aventuras.
Fui testigo de cómo se iba gestando la personalidad de
Purichi, por eso he leído con tanta familiaridad y ternura este libro, porqué
me veo en él y la recuerdo a ella. Recuerdo el disfraz de jurramacho con que
Puri se vestía que era una Pamela que su Madre tenía puesta en una fotografía
colgada de la pared del comedor, o el corral y a su Padre, mi tío Miguel con
las perdices.
Compartí con Purichi y Jacinta Mari, su hermana, las mejores
fiestas de mi adolescencia las de San Lorenzo, patrón de Ibahernando. Muchos
San Lorenzos, muchos bailes, muchos guateques, muchos paseos, giras, viajes
furtivos a las fiestas de los pueblos de alrededor y mil confidencias. En los bailes lo hacíamos a ritmo de
pasodobles y en los Guateques, medio a oscuras, bailábamos agarrado Letit
be y suelto con los creedence clearwater revival.
Los paseos nocturnos por la carretera de Ibahernando mientras
Adolfo nos adelantaba acelerando con su coche imaginario o mientras éramos
testigos de cómo tío Eleuterio y su camioneta desafiaba con grandes dificultades
las curvas de Las Costezuelas.
Pero y sobre todo su pasión por la lectura. Durante años mi
abuelo Paco se encargó de la Biblioteca de Ibahernando y allí buscábamos los
libros que leíamos durante las calurosísimas siestas del mes de agosto,mientras
comíamos las pipas de melón que mi abuelo guardaba en un armario secreto del
portalón para luego plantar melones. Él sabía de nuestra afición por las pipas
con la lectura, por eso construyó un escondite,de donde, así y todo, se las birlábamos
mientras él dormía la siesta. Leíamos a Agatha Christie o a Frank Yerby hasta
que bajaba el sol.
Con Puri, Jacinta Mari y nuestra pandilla de muchachas y
muchachos de los veranos de Viva (diminutivo de Ibahernando, el original es
Viva Fernando), vivimos el episodio que dio por terminada una época: la muerte
de Juan Carlos. Eso marcó un punto y aparte en nuestras salidas, porque
entonces ninguno pudo sospechar con nuestros 17 y 18 años que la muerte podía
estar acechándonos tan de cerca. Al comprobar que sí que era de verdad, creo
que nadie volvió a ser el mismo. Puri trata este episodio, me consta la dureza
que supuso para ella y también para todos, con elegancia y con un absoluto
pudor, de forma que pasa por él de puntillas. Es para agradecérselo.
Yo también salgo en el libro de los recuerdos de Puri. Puri
me recuerda con una cierta envidia por mi “guapura” y curiosamente la envidia
era mutua, con la diferencia de que la que ella pudiera sentir hacia mí era
absolutamente superficial y efímera, porque de los 15 a los 65 años que tengo yo
ahora, una va cambiando para peor, hasta resultar prácticamente irreconocible. En
cambio, la mía hacia ella además de sustancial ha aumentado con el tiempo. Mi
Madre solía decirme en esos años: tú tienes que ser como Purita y Jacinta Mari,
chicas serias y formales. He tardado muchos años en entender qué quería
decir serias y formales, pero en cualquier caso ya no estoy a tiempo ni
de lo uno ni de lo otro.
Desde el 2008 en que murió mi Padre y, hasta la Pandemia, fui todos los agostos con mi Madre a
Ibahernando y entre mis primeras visitas estabanla Casa de Puri y la de Jacinta
Mari en la Fontanilla. A Puri no la veo mucho, ella viene ocasionalmente, pero
Jacinta se ha hecho una casa en la Fontanilla, enfrente de donde siempre vivió
su familia y donde todavía vive mi tío Miguel, su Padre. Procuro no volver
nunca sin haberlas visto. Un pedazo de adolescencia y parte de juventud la
hicimos juntas.
Finalmente, no sé si alguien verá esto, si es así, créanme:
pasen y lean,van a disfrutar como yo lo he hecho con Cuadernos de vida.
Maria Blanca Cercas Mena
Gerona, abril de 2023