Mi mandil

Estamos en primavera. Una época propicia para salir de los espacios interiores y dejarse llevar por el buen tiempo, la luz, las romerías...Yo he vivido muchas y las recuerdo con cariño. Este mandil que hoy os presento es un guiño a todas las que pasé, vestida para la ocasión. Ya sabéis, refajo, corpiño, faltriquera, medias de punto de garbanzo, pololos, mantón y, como guinda del pastel, el mandil. Aunque fueron muchos los sofocos, la satisfacción era enorme. Por esas cosas de la tradición y por el hecho de que eran piezas confeccionadas con una paciencia y dedicación exclusivas. Mi madre era una experta en bordar estos mandiles. Y a ello se aplicaba con una devoción de niña chica, aunque, al final, le traicionaban las ganas y los nervios. La recuerdo, ya instalados en el piso de la calle Palencia de Cáceres, rellenando de puntadas todos los dibujos hilvanados en aquellas telas negras que tanto juego le dieron. No había más que mirar el resultado:  flores multicolores, ya para siempre prendidas entre sus brillos. 

El mandil de la foto es sólo un sucedáneo de aquellos. Como no aprendí la técnica, he querido, en cierta forma, captar su esencia de la mejor manera que sé: pintándolo. Así, al tiempo que rindo un homenaje a todas aquellas que dedicaron parte de su vida a este oficio, tiendo puentes para que no lo olvidemos. Como dijo Proust, estamos hechos de recuerdos. Así que que a disfrutarlos, porque seguro que algunos os he despertado.