"...Y vivieron felices y comieron perdices"
Estos eran los finales de los cuentos de mi infancia. La verdad es que, en aquellos días dichosos, los aceptaba sin más, aunque me tenían un poco escamada, por no decir que me sonaban a trola, y de las grandes. No podía ser que se pasaran el resto de sus vidas comiendo sin parar perdices y más perdices. Dicho esto, planteemos la cuestión desde otra perspectiva: ¿podría existir más vida detrás de estos "cortes"? ¿Seguirían los protagonistas viviendo después del climax de cada obra? Se prolongarían las situaciones...? Y los paisajes...¿Seguirían siendo los mismos?
Pues resulta que ya Eurípides se lo planteó. Y es que era griego, así que no me extraña.
Y por aquello que cada acto tiene sus consecuencias, debió de imaginarse "Las troyanas". Una obra que ahonda en esta cuestión: ¿Qué fue lo que pasó después de que Troya fuera destruída? ¿Qué quedó de ella? Y, como siempre, la respuesta la encontramos en las mujeres, Y, en este caso, en las mujeres troyanas. Unas mujeres fuertes, preparadas para aceptar una derrota que ellas no originaron, pero que tendrán que asumir. Ser vendidas como esclavas. Un sacrificio para que el orden de las ideas no cambiara. Para que los paradigmas siguieran inmutables. Como los de ahora. ¿Decidme si no qué es lo que sucede en las guerras, en los conflictos familiares, o en la violencia de género?
Un tema flagrante que tuve la oportunidad de revivir al contemplar "Las troyanas" en el teatro romano de Mérida. Un espacio único en el que tuve la certeza de que, a pesar de los siglos transcurridos, todo sigue igual.
Como el valor de las mujeres para poder afrontar todo lo que de malo nos depare la vida.
Pues eso: va por todas nosotras.
Y también por mis alumnas de 2º de bachillerato. Ánimo, que ya queda poco.
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