La luz del invierno en un cuadro...

Vivimos en mundo de contrarios. Por eso éste tiene sentido. Así, la luz adquiere relevancia porque su contrario, la oscuridad, se la otorga. Por la misma razón, el calor encuentra sentido en el frío o el silencio en el bullicio. Es así. La lista sería inacabable, vasta con echar una ojeada a los antónimos para pensar un poco sobre la cuestión. En esencia, solos, no pueden existir. Muy al contrario, se complementan. El concepto de luz o de oscuridad se explica mejor si ambos van mezclados. Como sucede en el cuadro que os hoy os enseño. Cuando me planteé pintarlo, sobre todo, quería dejar plasmada sobre el lienzo la claridad lechosa que toma el cielo del invierno antes de una nevada. Un momento mágico, antes de que se rompa en copos y más copos. Para ello utilicé la gama del blanco y, como no, la de su contrario, el negro. Sin él hubiera sido imposible conseguir esa claridad a la que antes aludía. Una gradación de matices aliados para resaltar el efecto óptico de esa luz sobre los objetos: una sencilla mesa de acero, unos jarrones blancos, un plato, un libro y una rama desnuda. Son colores fríos con un contrapunto caliente: el del ocre del plato y el libro antiguo. 
Me gusta sentarme delante de él y contemplarlo. Su atmósfera me transporta a unos días, ya lejanos, en los que ese cielo era el mismo. Y me habla, desde el calorcillo que me proporcionaban las faldillas recalentadas por el brasero de mi abuela, de momentos muy similares, en los que, por vez primera, vi nevar. Una sensación que aún guardo en mi memoria.
 Por eso me gusta este cuadro.
 Quizás por eso lo pinté.
Quizás porque en él también vive la primavera...
Ya sabéis, por aquello de los contrarios...