viernes, 31 de enero de 2014
Un mueble con historia.
Cuando era pequeña, me encantaba subir al cuarto de los baúles para enredar y buscar, aunque no sabía bien el qué. Una de las veces me topé con unos paños de iglesia, con motivos de espigas y demás iconos religiosos, y con parte de una cubertería de plata enorme. Con unas iniciales que no coincidían con las de la familia. Pregunté, pero recibí la callada por respuesta. Aquello era un secreto de familia al que, pasados unos años, pude llegar. Hablaba de un cura, el de la foto, que tenía de ama de llaves a una de mis tías, la hermana de mi abuela paterna. Se llamaba Ana. En otra de las fotos, vestida de negro y con las manos apoyadas encima de los hombros de un niño, quizás de los pocos que iban a la escuela. Debió de ser una historia de amor, llevada en silencio, como no podía ser de otra manera, porque ella le siguió hasta su muerte. Hay cantares que así lo atestiguan. El caso es que fue algo más que una simple empleada doméstica, porque recibió una buena parte de la herencia de este cura rollizo y con bonete incorporado. La foto es todo un hallazgo. Apropiada para un análisis antropológico: el cura-la autoridad- delante, el resto detrás, en una actitud de sumisión y respeto. Todos de pie, el sentado, con la vista hacia el frente, dominando la situación. ¿Y qué me decís de las ropas? Otro motivo para una disertación sobre moda. Pero este no es el tema. Sí la historia del mueble, que, como habréis adivinado, era también del cura. Su armero particular. Muy aficionado a la caza, en él guardaba todas sus escopetas: hay unas hendiduras en la parte superior, que así lo confirman. Anduvo durante mucho tiempo en el doblao de mi casa hasta que mi madre lo recicló en chinero. Y lo pintó, primero de gris, y más tarde, Filo, de blanco. Hubo un intermedio en el que el mueble volvió, otra vez, al doblao. Esperando, quizás, a que lo devolviéramos( en este caso, mi padre y yo) de nuevo a la vida. Puede sonar cursi o ñoño, pero es la verdad: capas de pintura y de olvido desaparecieron para dar paso a un mueble único, con una madera también única. De ello se hicieron eco hasta en la revista "El mueble". Un acicate que me ayudó para continuar en esto tan trabajoso, pero a la vez tan satisfactorio, de la restauración de muebles. Desde entonces lo tengo en mi casa y es uno de mis preferidos. Siempre que lo abro, me sonrío. Porque no solo tengo un mueble. También soy la dueña de su historia. Que lo disfrutéis.
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Qué mueble. y qué historia. Soy francesa, pero llevo tiempo a la España. Veo muy a menudo tu blog. Me encanta. Gracias
ResponderEliminarPues gracias a tí por tu fidelidad. saludos.
ResponderEliminarUna historia como la vida misma. Yo conozco algunas muy parecidas. El trabajo en el mueble me ha parecido genial.
ResponderEliminarLa verdad es que costó trabajo sacar todas las capas de pintura que tenía, pero el resultado valió la pena. Gracias.
ResponderEliminarSon un mueble y una historia muy singulares. Enhorabuena.
ResponderEliminarGracias Rocio, ¿Qué tal te va?
ResponderEliminarBuen trabajo el del mueble y un texto muy cuidado. Felicidades.
ResponderEliminarPues no lo sé...
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