sábado, 5 de abril de 2014
Sobre curichichís y mucho,mucho genio...
Pelar y cortar las bellotas en pequeños dados para los perdigones fue y sigue siendo una tarea ineludible para mi padre. Una ceremonia que aún repite, sin el menor asomo de tedio o cansancio. Esta foto la tomé en Febrero, "el mes del predigón" por excelencia. Una época del año en la que no hay cabida para nada más. Palabras como escopeta, cartucho, puesto, campesina, moña, u otras similares rebotan en mi mente al contemplar la foto. Y también en mis oídos los "curichichís" cotidianos, que, durante una etapa de mi vida, no me quedó otra que aceptar. Con ellos, vienen , además,ciertos recuerdos. Y de la misma manera que a Proust se le despertaron algunos al mojar la magdalena en el té, los míos, ahora que hablo de ello, comienzan a desperezarse de un largo sueño para ofrecerme imágenes de un pasado en el que el canto de los perdigones era la banda sonora, a veces querida y, en ocasiones detestada, de mi "habitat" cotidiano. Cuántos recuerdos afloran asociados a la casa de Ibahernando y a los pisos de la calle Palencia y de Santa Joaquina de Vedruna, en donde los perdigones siempre tenían su sitio.
Y parte de estas experiencias, también han encontrado el suyo: el de las palabras. Con su ayuda me he atrevido a verterlas en el papel. A fijarlas para que nunca se olviden. Sé que eso sucederá si los demás se conceden un rato para leerlas. Tal es su fuerza. Hubo muchos momentos, vividos entre cantos estridentes y alguna que otra pluma volando por el aire calentito de la cocina. Y mucho genio reconcentrado. De entre ellos, he rememorado el siguiente. Os cuento.Nos encontramos viviendo ya en el piso de la calle Palencia.Es 2o de noviembre. ¿Os suena la fecha? Pues sí, acaba de morirse Franco. Alrededor de la tele, ya de noche,casi toda la familia. Comienza así:
"Ya veremos lo que pasa...-escucho a mi padre al hilo de los acontecimientos. Está sentado en uno de los sillones del tresillo de skai, fumándose un cigarro. Acaba de darle una calada y ahora sacude la ceniza en un cenicero de plata. No lo digo, pero me fastidia que lo manche. Es uno de los objetos que más me gustan del piso y no quiero que se deteriore. De hecho, ya aparecen por el contorno algunos de los rayones propinados por mi madre para limpiarlo. así que desvío la mirada. De fondo, la cantinela del telediario. Hoy habrá para rato. Después de escuchar en un silencio expectante el "Franco ha muerto", ya repetido muchas veces a lo largo del día, el locutor nos apabulla con sus comentarios. Y la tele con imágenes y más imágenes...
-¿Y qué es lo que ha dejado atado Franco...? Mi hermana Pili, la pequeña de la casa, nos sorprende con esta pregunta. Lleva, aún, el uniforme del colegio. Sentada en su escueto trozo del sofá, mirando las imágenes y escuchando. Sigue muy delgada, a pesar de los esfuerzos de mi madre para que coma. A veces, durante la noche, vomita...."Ya está otra vez con acetona", es su respuesta cuando acude a la habitación para atenderla con el gesto adormilado. Desde entonces, siempre que escucho la palabra, la asocio con el olor que quedaba en el cuarto, mezclado con el del suavizante de las sábanas y el de nuestros cuerpos. Son dos literas y muy poco espacio. Un conglomerado de esencias sin apenas individualidad. Falta aún mucho para que esta palabra tenga cabida en nuestro vocabulario. De momento, somos. Así, en conjunto. Como no la conocemos, no la podemos añorar. Felices, como ahora mi hermana Pili, compartiendo un trozito de su vida en el sofá.
Mi padre la mira, pero un sonido peculiar le distrae. Es el de los perdigones que curichean en la cocina. Y en ellos se pierde. Así que mi hermana Jacinta, a su lado, se lo explica: Pues quiere decir que, aunque se haya muerto, todo va a seguir como ahora. Mi madre, sentada en el otro sillón, tiene los brazos cruzados. De vez en cuando, los cambia de posición. Impaciente. Quizás deseando que termine cuanto antes el día. Tiene una capacidad especial para aislarse de las cosas que no le interesan. Y la política es una de ellas. Aunque, a veces, suele sorprendernos con una vena de bruja o de adivina, que brota con desparpajo para dar en el clavo. Como la reflexión que acaba de hacer en voz alta" Sí, sí, atado y bien atado...Pues me parece a mí que la Pasionaria y el de la peluca muy pronto lo van a desatar..." Han salido tan de repente de su boca, que hasta ella misma se extraña. Después sonríe y nosotros con ella. Aunque esta vez ha errado en el golpe. Otros tomarán el relevo. Se huele en el ambiente, aunque nada sepamos de política. Las razones son obvias. "Dos carcamales", como los califica mi abuela, no pueden ser los sucesores. Sí serán los que ahora desfilan por la tele. Esta se despacha con imágenes en las que aparecen los príncipes de España ante el féretro de Franco. Juan Carlos, de uniforme, le hace el saludo de rigor. Sofia, al lado, en un cuidado segundo plano. Después nos ofrece colas interminables de gentes del pueblo que van a darle el último adios. Llorando. Por un sentimiento de empatía, me noto las mías forzando por salir. Emociones postizas, porque nunca me ha gustado la parafernalia de la muerte. Esta tiene proporciones gigantescas. Además, despachadas como si fuera un "reality" de los de ahora. Por fin, pienso, la espera ha terminado y, al pensar, rememoro las palabras de uno de mis compañeros de la facultad. Un comunista reconcentrado. "...A no ser que este cabrón haya hecho un pacto con el diablo le queda muy poco de vida...". Lo dijo en voz baja, aprovechando los tiempos muertos entre clase y clase. También recuerdo los corros improvisados en los pasillos, en donde se hablaba del mismo tema. Cada cual aportaba noticias y pareciaciones personales, muchas de ellas sobredimensiondas. Que si ya estaba muerto y no lo querían decir. Que si los militares iban a tomar el poder. Que si Carrillo y la Pasionaria ya estaban en España. Que si Los Guerrilleros de Cristo Rey andaban dando palos por ciertas zonas de la capital. Que si la ETA tenía un grupo de terroristas infiltrados en Madrid.
Que si...Que si...
Por un momento, mi mente se queda en blanco. No quiere procesar tanta información, así que vuelvo a la realidad de la sala familiar y me deleito con el lado amable de la noticia: tres días de asueto, en los que me podré dedicar a lo que quiera. El salón está empapelado. Son figuras geométricas que simulan amebas. Es un dibujo que me hipnotiza cada vez que lo miro. y en el me quedo ensimismada buscando respuestas. Hay, no obstante, una barrera que me impide sentir algo profundo por la situación que estamos viviendo. Franco fue siempre para mí un retrato en las escuelas de mi pueblo. No comprendo cómo miles de personas hacen colas inacabables para ver su cadáver. Es patético. Y, además "como para esperar..." me digo a mí misma mientras vuelvo a contemplar las imágenes de la tele. Pero tampoco puedo empatizar con las nuevas situaciones que podrían generarse, entre otras cosas, porque aún no son.Me da rabia no tener convicciones en este sentido. Pero así es. Los perdigones vuelven a curichear, a pesar de la hora. Alguien se ha olvidado de ponerles las fundas. Me encamino enfadada hacia la cocina, en donde mi padre los tiene colocados encima de los armarios. Quiero descargar mi mal humor en ellos. Cuando llego compruebo que han subido el volumen de su canto. Me noto a punto de explotar. "¡Qué os calléis ya¡" les espeto como si pudieran comprenderme. En lugar de bajar el tono, se envalentonan y lo reduplican. Mi genio va en aumento. Salgo a la terraza y cojo el cepillo de barrer. Me acerco, lo elevo y doy varios golpes en los barrotes. Por un momento se callan. Algunos baten las alas en el escaso espacio."¡Serán guarros...¡" vuelvo a quejarme al comprobar que una ligera capa de polvo se acaba de posar en mi cabeza. Espero unos instantes, sin moverme, como si con ese gesto pudiera contribuir a alargar el corto silencio. Me voy hacia la entrada de la cocina, dejo el cepillo junto a la puerta y apago la luz. Salgo. Pero antes de llegar al salón, vuelven a la carga. Me doy la vuelta y les vuelvo a amenazar. "No os da vergüenza...-les recrimino- que se ha muerto Franco y vosotros venga dale que te pego."-les vuelvo a intimidar. no ya sin cierta sorna. Recibo por respuesta un andanada nueva, de no sé qué modo del canto, porque, según mi padre, tienen muchos. Este suena diferente. Como más alegre.
Será que les importa un pito...
Como a mí.
"Cuadernos de vida" Capítulo V: Cuadernos cuadriculados.
Para mi hermana Pili. La más pequeña, pero la más grande de la casa.
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Acabo de leerlo y me ha encantado. Enhorabuena. Ahora lo reeleré con más calma.
ResponderEliminarPues, me alegro, eso es lo que quiero, que os guste.
ResponderEliminar¡Qué recuerdos más bonitos¡ Yo los tengo también de esa época muy parecidos, así que es como si me hubieras trasportado a esa época de mi vida. Gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias. Fue una época muy feliz de mi vida.
EliminarMe gusta la foto y, sobre todo, las palabras. De un perdigonero.
ResponderEliminarPues se agradece. Gracias.
EliminarParece mentira que haya pasado tanto tiempo...Son recuerdos muy emotivos. Preciosos.
ResponderEliminarEl tiempo pasa en un vuelo...Gracias.
EliminarAhí, Puri, cuándo te vas a decidir a publicar el libro?. Me parece precioso. De un ex-alumno...
ResponderEliminarNo lo sé, Dios dirá. De todas formas, con haberlo escrito me doy por satisfecha. Muchas gracias. Creo que sé quién eres...
EliminarMuchas gracias porque me has traído recuerdos q ni siquiera sabía q existían y sobretodo por la dedicatoria q no la merezco. Un abrazo muy fuerte!!
ResponderEliminarTú te mereces eso y mucho más...Besos.
ResponderEliminarQue entrada más bonita. Y la foto también. Cómo haces para que te dé tiempo a todo...
ResponderEliminarEstirando las horas. No sé, poniendo mucha ilusión en lo que hago. Gracias.
ResponderEliminarQuiero dar las gracias a todos los que he robado un poquito de su tiempo para leer estas líneas. Me siento muy halagada por los comentarios, tanto de los que han aparecido en el blog, como de los que lo han hecho en persona. Sólo con eso me siento feliz. Muchos besooooos a todos.
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