Hoy os voy a hablar de Giovanna Garzoni, una pintora italiana que se dedicó a este oficio cuando el resto de las mujeres no tenían ni la más mínima posibilidad de ser libres para elegir. Nació en Ascoli Piceno, una región del centro de Italia, a principios del siglo XVII. Tuvo la suerte de nacer en el seno de una familia de artistas y artesanos venecianos, así que se impregnó de arte mientras recorría con calzones los estudios de la familia. Lo desarrolló a lo largo de su vida, sobre todo en diferentes regiones de Italia y ¿Tal vez? en París. Además con relativo éxito. Fueron famosos sus herbarios, sus retratos y paisajes. pero yo la traigo aquí por sus bodegones, sobre todo los realizados con frutas y con flores. Para mí han sido una fuente de inspiración. Y un puntito de envidia, pero de la buena. He pasado muchas horas deleitándome con ellos, mirando con lupa todas sus pinceladas, la sabia utilización de los colores y la ejecución limpia de los trazos. Fue una adelantada a su época, cuando todas las composiciones estaban encorsetadas en clichés manidos y ajados por la repetición y la falta de ideas. Y un soplo de aire fresquito en medio de esas cortes venecinas, atestadas de cuadros que no se podían salir del patrón. No hay nada más que observar con detenimiento la frescura de las frutas o de las flores, del tratamiento que les da, con una visión nueva para su época. Cuadros sencillos que solo quieren capturar la magia del momento, como el que os enseño de unas brevas recien cogidas del árbol o el de una cerezas en su punto exacto de madurez. También os muestro un cuadro mío que quiere ser un humilde homenaje a esta pintora que para mí es grande. A pesar de las capas de olvido que la sepultan.
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