Ciervos, jabalíes, conejos, liebres, perdices...forman parte de mi imaginario. En mi infancia tuve la suerte de criarme entre ellos. Los aromas de las jaras y el sonido del curichichí de los perdigones de mi padre siempre me acompañarán, aunque a éstos últimos también los sufrí, sobre todo cuando, en aquel piso tan pequeño de la calle Palencia, sólo había sitio para sus cantos y muy poco para mi paciencia. No obstante, se convirtieron en un objeto cotidiano que marcaba los diferentes tiempos del día, como un reloj. A su son, a veces, nos despertábamos. y también, a su son, como hipnotizados, nos reconciliábamos con el sueño. Incluso, a su son, comíamos y charlábamos. Así era nuestro mundo. Un mundo que aún sigue vivo. No hay más que darse una vuelta por la casa de mi padre para comprobarlo. Los perdigones siguen allí, retando con sus pitos a los años. Detenidos en ese espacioso corralón, en donde el tiempo es solo una palabra. ¡¡Ojalá que por muchos años¡¡
¡¡VA POR MI PADRE...Y POR SUS PERDIGONES¡¡Por cierto, este cojín, está en su casa. Será por perdigones...
Los perdigones han seguido estando en la generación siguiente! seguro que cualquiera de los primos tenemos asociado recuerdos de perdigones con abuelo!
ResponderEliminarPues ya va siendo hora de que los vayáis sacando. Los recuerdos, digo. Besos.
ResponderEliminarEsta entrada le ha hecho mucha ilusión a tu padre!
ResponderEliminarYa suponía yo que sería así. Gracias, anónimo, por atestiguarlo.
EliminarLos perdigones están en nuestros recuerdos desde siempre y siguen con nosotros en el presente.Forman parte de nuestras raíces paternas.
ResponderEliminarSu canto es como la banda sonora de parte de nuestra infancia. ¿No?. Besos.
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