Ya sabéis de mi pasión por las telas. De ellas me gusta todo. Su textura y colorido son para mí motivo de inspiración. Como la tela de la foto. La encontré en la habitación de los baúles de la casa de mis padres. Estaba guardada, junto con otras, que ya os iré mostrando, en un arca muy profunda. A medida que las iba extrayendo, notaba su consistencia sobre mis dedos y lo que podía hacer con cada una de ellas. Ésta formaba parte de los costales de trigo de la dote de mi madre. Su trama enseguida me subyugó. A pesar de que era muy dura, supe qué hacer con ella, una vez tocada y acariciada. Aquí tenéis el resultado: un cojín, que "será para toda una eternidad". No he visto tela más consistente. A prueba de todo. Y también a prueba de mis pinturas. Al principio fue costoso imprimirlas en semejante trama, llena de hebras fuertes e, incluso, de fragmentos de lino. Después, con más cabezonería que paciencia, logré pintar este pato, uno de los primeros de una serie de muchos. Lo tengo como una reliquia en el salón de mi casa. De vez en cuando lo miro, lo acaricio e, indefectiblemente, acuden los recuerdos. Y en ellos me reconozco. No podía ser de otra manera.
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