¿En qué comercio u ultramarino de los de antes no había un peso de estos? Yo creo que en todos. Un objeto cotidiano y querido, por el que pasaron y pesaron la mayor parte de los alimentos de nuestra infancia y parte de la adolescencia. En mi pueblo los hubo, como era de rigor. En el comercio de tio Flores, el ultramarino por excelencia, en el de tio Damián y o en el de tio Nicasio. Todos los recorrimos en un ir y venir continuo de "recaos" y de risas, cuando el tiempo nos era propicio y podía estirarse tanto como los chicles "bazooka" que vendía tia Escolástica en su carrito de chucherías. Para acompañar este cuadro, que realicé hace ya algún tiempo, me ha parecido oportuno introducir un fragmento del capítulo 3º de "Retales de la memoria", en donde hago una descripción del comercio de tio Nicasio, según las imágenes que todavía conservo de él en mis recuerdos. Y, además, porque me lo ha traído a la memoria Cheli, una prima que, aunque vive en Barcelona, lleva muy adentro Extremadura. Tal es su añoranza. Va por tí.
"...El comercio estaba a medio camino de la plaza del cine y La Fontanilla. Un sólo escaparate exhibía pizarras con pizarrines, cazuelas de color rojo, cazos, calcetines-colgados de una cuerda- medias de cristal, velos, cuadernos, trozos de bacalao desalado en un cuenco de pedernal y latas de conserva en una mezcolanza de olores díficil de digerir. En el interior, un mostrador corrido de madera desgastada. Éste, en forma de ele, ocupaba dos de los laterales del comercio. Encima de uno de ellos, un peso amarilleado por el uso con una bandeja extraible. Detrás, en estantes de madera, la mercancia variopinta. El otro lateral estaba ocupado por un pequeño despacho desde el que tio Nicasio llevaba las cuentas. A veces, por falta de tiempo o de interés, muchos artículos se encontraban a ras del suelo, junto al mostrador. Cajas de fruta o de verdura, baños, cubos, escobas o cualquier otra cosa entorpecían a las clientas habituales. Algunas, al tiempo que buscaban un sitio, también lo procuraban para su impaciencia.
(...)Aparecieron de repente, resudosas y cansadas. Se pusieron las primeras.
-Que nos ha dicho mi madre que nos des moldes pa las madalenas- le pidieron al unísono al tendero, aún con los sofocos prendidos en las palabras.
-¡Hay que ver con las niñitas¡ A guardar cola como toas...-exclamó en voz alta una señora vestida de negro.
-No seas antipática que las niñas sólo quieren eso y tienen prisa.-le respondió tio Nicasio.
-Por mi que pasen...-atajó la primera de la cola con una sonrisa.
La mujer de negro seguía relatando:
-Pues si las das la vez, la pierdes, que no estamos aquí pa perder el tiempo...
-¡Cómo está hoy la Catalina...-suspiró el tendero- ¿Qué es lo que quieres? que te despacho a ti y así no protestas...
-Bien bueno está...-rezongó la señora, al verse en el centro de la atención de los demás- Se lo dé y no hablemos más. Concluyó.
-No cuesta nada hacer un favor.-intervino otra vez la primera, mientras miraba cómo tio Nicasio, escondida la mirada tras las gafas y con el labio inferior casi caído, extraía los moldes rizados de una bolsa transparente.
Se movía con marcialidad, sin perder la paciencia, acostumbrado a lidiar con las mujeres. Desde muy joven se había curtido en el oficio. Y en él había envejecido. Ahora una calvicie incipiente y una papada gruesa rodeaban su expresión afable, así como una barba de días. Por lo general, llevaba camisas de manga larga. Solía arremangárselas a la altura del codo. Los pantalones, oscuros y desgastados. Un cinturón, ya viejo, abrazaba y contraía su cintura. Controlaba el comercio y a los clientes levantando la mirada por encima de las gafas.Éstas, grandes y espesas le aumentaban los ojos y los números, que, indefectiblemente, tenía que echar. Luego volvía a esconder la expresión dentro de ellas, seguro de su territorio.
Una vez contados los moldes, los envolvió en un trozo de papel de periódico. Los tenía al lado del peso, junto con pliegos de papel de estraza, que reservaba para la mercancia más delicada. De todos los productos del tendero, la mortadela en lata y el chocolate con leche eran sus favoritos. Además, este último llevaba dentro un cromo que desprendía un profundo olor a cacao. El momento en que rasgaba el papel para descubrirlo era especial, lo mismo que el primer muerdo de la tableta. Así, entre el olor a cacao y las estampas floreadas de la colección se le pasaban las horas de un tiempo que ella creía eterno. En veranos posteriores, cuando los frigoríficos eran sólo un anuncio en la tele de los sesenta, tuvo por costumbre fabricar unos polos caseros tan rudimentarios que a la primera chupada se quedaban en el hielo. Jacinta y ella esperaban a que pasara la hora de la siesta para ir a por ellos. No les importaba atravesar el tramo de la calle hasta el comercio, con el sol pegajoso calentando sus ropas. Al entrar se topaban con los olores peculiares de la tienda y con los ojos aumentados de tio Nicasio, prestos a salirse de sus gafas rayadas. No necesitaban decir qué querían. El tendero al momento les sacaba los polos. Éstos llevaban esculpida en hielo la silueta de la cubitera en la que había derramado el líquido. Solían ser de fanta o de coca-cola..."
"Retales de la memoria" Capítulo tercero: "Sobre magdalenas, cirios encendidos y comedias..."
Cheli, que lo disfrutes tanto como yo cuando lo escribí...
Como siempre, me encanta
ResponderEliminarAna, me siento muy afortunada por tenerte como lectora. Me encantan tus comentarios, así como el hecho de que te guste lo que escribo. Dímelo también en caso contrario. Las críticas constructivas también ayudan. Besos.
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