Hoy he sacado una antigua máquina de coser al jardín. Así, con esa claridad veraniega que casi hiere, la contemplaréis mejor. La guardo como oro en paño, valga la expresión. Fue un regalo y, una vez reparada, siempre que puedo coso en ella. Aunque no es tan rápida como las modernas, es una delicia experimentar el suave vaivén sobre tus piernas y, lo que es mejor, un sonido muy querido. Éste me transporta a esos días de mi infancia y adolescencia, en los que envolvió muchos de mis sueños e inquietudes. Mi madre tenía una Singer, idéntica a ésta. A través de ella, atemperaba y canalizaba energías. Las buenas y las malas. Y yo, me mecía en ellas. Mañanas y tardes de corralones y patios fresquitos, en donde, al son de la máquina, comenzábamos a construir sueños, a derrochar alegría...
Como homenaje a mi madre, inserto aquí unas líneas de "Retales de la memoria", un libro que, si salvo algunos inconvenientes técnicos, pronto publicaré en el blog. Como dice su nombre, son retales, jirones de vida. Las líneas pertenecen al segundo capítulo, narrado, como los otros once que contienen el libro primero, en tercera persona. Una niña-yo- contempla cómo su madre cose en esa Singer de nuestros recuerdos. Y yo, como autora omnisciente, los dirijo y reconstruyo.
Ahí va:
"Pilar, su madre, se aproximó al lateral, en donde se encontraba la máquina de coser, con la labor dejada a medias por la tormenta. Era un refajo tejido de rayas multicolores que al día siguiente, martes de carnaval, ella se pondría. A pesar de la tela picona, lo estaba deseando. Se fijó en él. Seguía en la misma posición encima de la máquina. Antes de comer, después de sacarlo del cuarto de los baúles, su madre la obligó a que se lo probara. Le estaba grande, como era de preveer. Para solucionarlo de manera rápida, le hilvanó unas tirantas de seda color chocolate en la cintura del refajo. Y ahora se disponía a coserlas. Así que se sentó, lo recogió y colocó una de las partes hilvanadas debajo de la aguja. Con un gesto de impaciencia marcó el inicio, accionando con la mano derecha una rueda pequeña, que se encontraba a la altura del hombro. Le siguieron las piernas, posadas en el hierro horizontal, con un movimiento ondulante y cadencioso. Al momento, la aguja traspasó de forma mecánica y reiterada la tela, guiada por las manos y el suave traqueteo. Aquella Singer negra y de dibujos dorados era mágica. Quizás uno de ellos, la esfinge en forma de leona alada, tenía la culpa del milagro. Y enganchada en él, se puso a soñar..."
"Retales de la memoria" Capítulo II, Martes de carnaval.
Me encanta, Puri
ResponderEliminarY a mí me encanta que te encante, Ana. Muchos besos...
ResponderEliminar