sábado, 2 de agosto de 2014

El color del tiempo atrapado en dos fotos.


Ayer me mandó mi hermana Jacin una foto, la primera, en la que un grupo numeroso de niñas posan para la posteridad en blanco y negro. Tuve que hacer un esfuerzo para reconocerlas. Incluso tardé en averiguar dónde estaba situada yo. Enseguida me acordé de otra foto, la segunda. En ella, Doña María sonríe a la cámara rodeada de sus alumnas. Entre ellas, también aparezco. Ambas fotos me transportan a la infancia, un paraíso perdido, como todos los paraísos. Pero mi imaginación se ha colado en el mío y ha revivido, con ayuda de las palabras, sensaciones y sentimientos de los momentos previos a la foto, en las escaleras del ayuntamiento. Como fondo, parte de la fachada de nuestra casa.
El texto que, a continuación, trascribo, lo ideé con parte de mis recuerdos. La otra la suplí con imaginación. Lo que narro aquí no sucedió en el pasado, aunque todos los personajes están basados en modelos reales. Lo mismo que las situaciones. En eso consiste la literatura: en construir universos paralelos que pueden o no responder a una realidad. Yo, a partir de realidades desenfocadas por el velo de los años, he construido otra. Pero qué más da. Lo importante son las palabras que te permiten sacar al exterior todos tus sueños.

"Al día siguiente por la tarde, después de la escuela, tuvieron una cita especial. Entre el olor de las flores, la leche en polvo de los americanos y las carreras de las chicas, se hacían presentes las emociones. En un estruendo de voces y de saltos, querían, escaleras abajo, llegar las primeras a la puerta principal, en donde el fotógrafo las esperaba. Ella había salido de las últimas, pues la clase de Doña María se encontraba en el punto más alejado del estrecho pasillo. Las clases de Doña Concha y de Doña Maruja, con las puertas enfrentadas, ya se habían cerrado.
-Toma Purita, ayúdame con estos libros, que voy a cerrar la clase.-Le pidió Doña María con la llave preparada para introducirla en la ranura de la puerta. Se acercó y, con toda la paciencia de la que pudo hacer acopio, los cogió y la esperó, pensando en los prolegómenos que se iba a perder. Doña María, descifrando sus pensamientos, la sacó de sus reflexiones con una sonrisa:
-"Que no se acaba Zamora en una hora". Hasta que yo no vaya no se hacen las fotos, así que no te preocupes. Además hay tiempo de sobra.-Cuando terminaba las últimas palabras, le lanzó una mirada de arriba abajo para comprobar que todo estaba en orden- ¿...Hoy no te ha hecho tu abuela las trenzas?-le preguntó, al reparar en una mata de pelo espesa que un cintillo blanco mal colocado apenas podía retener.
-No.-le respondió avergonzada. Sabía que el pelo estaba enmarañado.
-Anda, acércate, que te lo voy a preparar un poco.
Le bajó el cintillo y metió, como pudo, los dedos entre aquella mata inextricable para extenderlo hacia atrás. En aquellos momentos añoró los tirones que le propinaba su abuela. Se había acostumbrado a ellos, soportándolos en parcelas de dolor. Pero éste era diferente. Nacía de todos los sitios a la vez y, sin duda, más insufrible. No le gustaba que le enredaran en la cabeza. Era una sensación tan desagradable que le entraron ganas de llorar.
-Venga, que ya acabo. Las mujeres tienen que ser fuertes, le reconvino la maestra al comprobar su cara de angustia. Estiró el cintillo, se lo acomodó en el pelo y lo pasó por detrás de las orejas. También le desató el lazo azul del cuello de plástico y volvió a recomponerlo en un periquete.-Ya está.-le dijo mientras la miraba- y ahora dame los libros y para abajo...
Entre el dolor que sentía en la cabeza y la opresión del cuello de plástico, bajó las escaleras aprisa, deseosa de pisar la calle para respirar a gusto. Pero se encontró con un grupo de niñas. Aún taponaban la entrada. Hablaban y reían sin parar. Un sudor frío le advirtió que debería buscar cuanto antes un poco de aire. Intentó buscar huecos, pero apenas podía moverse.Sintió que se mareaba cuando oyó las voces de Pili "La nicanora". Iba despachando codazos a diestro y siniestro al tiempo que se abría paso:
-Apartarsus a un lao, coñe, si no queréis que sus dé...-Agitaba en una de las manos la pala con la que había removido la leche para deshacer los grumos. Las niñas se hicieron a un lado sin protestar. Pili llegó hasta Ella y le agarró con la tenía libre para, enseguida, sacarla de allí. Respiró hondo después de aflojarse el lazo y el cuello de plástico. La miró y se lo agradeció con una mirada. También con un poco de Cola-Cao. Lo guardaba en el interior de la cartera, dentro de una bolsa de plástico transparente.
Después de hurgar en ella y de sacarla, se la extendió. Pili la cogió y se acercó a las escaleras de acceso a la casa de la telefonista para sentarse en uno de los peldaños. Llevaba el pelo sucio, con el flequillo pegado a la frente, un niki demasiado grande y una falda corta plisada de terlenka que antes había pertenecido a su hermana Jacinta. El día que se la llevó Filo no la pudo convencer de que la guardara para una ocasión especial. Apenas habían pasado unas horas cuando la divisó por las escaleras de la iglesia con la falda puesta. Una sonrisa candida le surcaba la cara al bajarlas y subirlas, como una niña. Lo que era. De eso había pasado ya un tiempo y, de la misma manera que la falda se iba deteriorando, también sus maneras, cada vez más parecidas a las de un chico salvaje.Después de otear el horizonte y, una vez aposentada, la abrió e introdujo un dedo en la bolsa. A pesar de toda la rudeza que descargaba su gesto, éste contenía un punto de ingenuidad y candidez que, pocas veces, sacaba al exterior. Pero Ella ya lo había atisbado en varias ocasiones cuando se hacía la encontradiza procurando su amistad. Pili sabía que podían caerle algunas golosinas si hacía de guardiana, papel que le venía al pelo. En realidad era un trueque: seguridad a cambio de cosas ricas.
Estaba relamiéndose de gusto, con todas las defensas aflojadas, cuando sintió un fuerte tirón. Al momento, se contrajo, pero la bolsa se le fue de las manos y salió volando. Un muchacho, de los que habían llegado para olfatear el ambiente, corría con ella, en dirección a la calle de Tio Juan Peña, el barbero de su padre. Poco le duró la sensación de victoria porque Pili,en tres zancada, lo alcanzó y lo tiró al suelo. El muchacho, que había caído de bruces, pateaba sin consuelo, irguiendo el cuello con fuerza, en un intento de desasirse de las manos de Pili. Éstas, duras como piedras, sujetaban las suyas con decisión.
-¿No querías Cola-Cao...? Pos toma Cola-cao. -Colorada de genio, la muchacha le obligaba a morder el polvo una y otra vez, zarandeándole la cabeza con movimientos rápidos y excesivos.
Ante los gritos del muchacho, salió de su casa Tio Juan. También algunos niños de diferentes edades comenzaron a formar un corro. Primero callados. Después con voces enfurecidas. Parecía que la rabia del ambiente se había adueñado de ellos y no podían hacer algo para evitarlo.
-¿Pero qué pasa aquí?-Tio Juan intentaba adentrarse en el corro-¿Pero este machirulo ya está otra vez metía en peleas?-se preguntaba a voces. Como pudo se introdujo en el interior del corro. Pili, sin soltar al muchacho, cogía fuelle para continuar zarandeándolo. Tio Juan la agarró por la espalda, al tiempo que le reprochaba tanta brutalidad.-¿No te da vergüenza? Deja ya al muchacho que lo vas a matar...
-Pos que no me haiga quitao el Cola-Cao.-Pili, endurecida por el hambre, lo lamentaba como si hubiera perdido un tesoro que ya no podría paladear como hubiera deseado. El chico comenzó a sangrar por la nariz, momento que aprovechó la muchacha para dar por zanjada la desigual pelea. Al incorporarse recogió la bolsa pisoteada. Sus berridos sirvieron para disuadir a los demás niños que, impávidos, no quisieron o no supieron seguirla.
-Y ya sabéis lo que sus va a pasar si sus metéis conmigo, asinque mucho cuidaíto...
Lo decía al tiempo que volvía la bolsa del revés y se deleitaba con los últimos lametazos. Fueron pocos, pero sí suficientes como para dejar entrever una ligera sonrisilla.
Las voces de Doña María le hicieron recordar el motivo de la salida, así que corrió y, junto con las demás niñas, aguardó  el turno. El fotógrafo había elegido la posición más adecuada. Las escaleras iban a permitir que todas salieran, de forma gradual, en la foto. Como fondo, varios niños curiosos y parte de la fachada de su casa.
-¡Vamos niñas que ya nos toca...¡ Doña María esperaba paciente a que se despejara la zona de las muchachas de Doña Maruja. Al rato escucharon la voz del fotógrafo:
-Póngase usted en medio...y luego las muchachas.
Subió unos peldaños y se colocó en el centro. A continuación las niñas. 
Los babis de cuadritos azules y blancos...
Los cuellos de plástico con los lazos azules...
Los cintillos blancos y las miradas...
-Todas sonrientes...-les animó el fotógrafo.
-
Un instante intenso de luz y toda la esencia de la tarde quedó colgada de las paredes del tiempo"
         
   Retales de la memoria. Libro I. Cap IV: "En abril aguas mil"



6 comentarios:

  1. Como siempre, entrañable.
    La foto de arriba la tengo en papel ,si quieres te la haré llegar.Un beso.

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  2. Como siempre, entrañable.
    La foto de arriba la tengo en papel,si la quieres te mando una copia.Un beso

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  3. Pues me encantaría Conchi. Ya te he localizado, junto a tu prima Meli, aparte de algunas más, aunque hay muchas que no logro identificar. Muchos besos.

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  4. Como me gustan tus relatos, Puri. Son sencillos y profundos. Espero ansiosa el siguiente.

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  5. Muchas gracias. Dentro de poco, habrá más, tengo muchos esperando. Saludos.

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  6. Qué bonito¡. Me encanta, como siempre.

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