sábado, 27 de diciembre de 2014

Dos regalos muy especiales.


Sí que lo son. La carreta del "lejano oeste" ha sido un regalo de mi compañera Estela. El papá Noel, de mi hermana Tere. Ambas me sorprendieron de verdad. Dieron en el clavo. Nada de colonias, bufandas o pañuelos, regalos muy socorridos y, a la vez, repetidos en estas fechas. Me obsequiaron, por el contrario, con algo de la antigua magia que tenían aquellas navidades, en las que, sobre todo, soñabas con la posibilidad de un milagro en la noche de Reyes. Hoy sé que los milagros no existen, pero estos regalos me han hecho recordar que hubo un tiempo en el que creía en ellos. Ello reconforta. Dicen que el grado de madurez se mide por la anchura y el peso de los recuerdos. Los míos pesan, y mucho. Así que la deducción es obvia. La carretita y este Papá Noel, tan quijotesco, me han hecho regresar a escenarios perdidos. A una trastienda destartalada, en lo que antes fue un cine, y a una televisión, de las pocas que había en mi pueblo, con los ojos fijos en un mapa del oeste, que desaparecía, devorado por un fuego. ¡Qué tiempos de Bonanza¡ Y de expectativas ante una vida aún por estrenar. O a una biblioteca, en realidad una de las salas del ayuntamiento de Ibahernando, con los ojos ávidos de aprender, recorriendo las estanterías y a Doña María, nuestro ángel de la guarda particular, repartiéndonos trocitos de ilusión. Cuántos duendes, brujas narigudas, príncipes o mendigos-que también había-desfilaron por aquellas páginas tan manoseadas.
 Gracias Estela. Gracias Tere.
No sólo ha sido un obsequio. Me habéis brindado la posibilidad de rescatar recuerdos. Y esto en la madurez se agradece. Por aquello de aligerarlos...

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