domingo, 26 de julio de 2015

Portobello.



Yo soy mercadillera hasta la médula. Me creo-es la verdad- que encontraré tesoros. Es una certeza que me acompaña desde que me conozco. Porque encontrarlos, los encuentro, aunque para los demás no lo sean tanto. Una ilusión que aún conservo y que espero nunca me abandone. Así que, como podréis deducir, no iba a irme de Londres, sin visitar algunos de ellos. Y elegí Portobello. No sé si os pasará a vosotros, pero cuando las espectativas son tan abrumadoras, a veces la decepción es la respuesta. Yo creí que iba a toparme con verdaderas gangas, antigüedades en toda regla que me cupieran en la maleta, no sé, unas campanillas victorianas, algún artilugio desconocido o cualquier otro objeto digno de mención. Pero chicos, me di de bruces con lo de siempre: ropas chinas o indias y multitud de recuerdos anodinos y sin historia. Eso que llaman ahora"La aldea Global" era lo que tenía ante mis ojos. Recorrí el mercadillo con las ilusiones robadas y con cara de decepción, pensando en que ya no existen sitios especiales, con esa atmósfera que tanto me gusta investigar. Pero  cuando todo lo daba por perdido, al final casi del mercadillo, comprobé que esto no era así. Varios puestos, de los de antes, supieron llenar mi curiosidad. Uno de ellos exhibía láminas auténticas de anuncios de periódicos del XIX. En otro de ellos, un señor ofrecía cerámica inglesa de los años sesenta. No perdí el tiempo, recuperé la ilusión y compré una de las láminas y un servicio individual de té. Con un dibujo de rosas muy inglés. Sonreí y no me importó caminar durante el resto del día con mis hallazgos.

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