domingo, 3 de noviembre de 2013

Época de castañas, zamboas y camposantos...

Porque es el mes de las castañas y de los cementerios...


"Noviembre era un mes tristón, entreverado de matanzas, neblinas aguadas, humos con olor a chamusquina y visitas al cementerio. La muerte apenas la intuía, pero su parafernalia le producía temor y curiosodad. Por eso dejaba que su abuela la guiase hasta el camposanto. Fidela, agarrada a su brazo, como el águila a su presa, le hablaba a través del pañuelo, perfumado en agua de lilas:
-Ten cuidao con la bolsa, no vayamos a romper el jarrón...-medio la intimidaba, mientras bocanadas calientes se posaban en el brazo, entumido por la postura.
-Que no, abuela, no te preocupes...-le contestó, con la carga desequilibrada a cuestas.
El recorrido era intermitente, con paradas obligadas. Saludaba a unas y a otras, enfundada en un abrigo gris. Llevaba un velo negro, que transparentaba su moño canoso. Al rozar con ella, le hacía cosquillas en la cara. Sus manos sarmentosas le indicaban, con fuertes apretones, el momento de parar o de iniciar la marcha. No le quedaba otra que obedecer, al tiempo que sentía sus pisadas desparejadas de la suyas. No comprendía, a veces, sus quejas:
-Hay que ver la gente que ganas tiene de cháchara...
Pero, abuela, si has sío tú la que más has hablao...- le respondía extrañada, una vez concluída la primera de las paradas ante un pequeño grupo de mujeres que, en un reguero disperso, volvían del cementerio.
-Pamplinas...pamplinas...-escuchó como única aclaración. Y después:
-...Y músicas finas...
-¿Y que son las pamplinas, abuela?- le contestó, harta de que simpre le diera la misma respuesta.
Ni la miró. Se aferró a su brazo y siguió relatando:
-No preguntes tanto que pareces un sinapismo...
En ese momento se encontró perdida.
-Pues yo no sé lo que es eso...
-Anda y tira, que pareces un catecismo abierto...-le volvió a recriminar.
De pronto, cuando iba a responder, sintió otro tirón. Era la señal inconfundible para que frenara de nuevo. De frente, unas señoras, también de luto.
-¿Cómo andamos, tia Fidela...?- le preguntó una de ellas. La mujer aminoró la marcha y se detuvo a unos pasos-¿Qué, un ratito al camposanto...?- le volvió a interrogar. Era rechoncha, con las piernas arqueadas.
-Sí, aquí con mi nieta que voy...-le respondió, escondida la expresión en el pañuelo. Al tiempo que se paraba, le propinó otro empellón más fuerte. Este no hacía falta interpretarlo, así que se quedó anclada en el sitio.
-¿Y esta de quien es...?- volvió a interpelarla.
-Es de mi Pilar...Es la segunda.
 Se sintió el centro. Avergonzada, bajó la mirada. Un calor familiar le invadió de repente la cara.
-¿Cómo te llamas, guapa? -le preguntó la más alta del grupo.
-Puri...
-Pos está gorda la moza...-escuchó a la patilarga. Y otra vez el calor y las lágrimas a punto. Deseó encontrarse en otro lugar, a salvo de miradas extrañas, pero una sonrisa amaestrada, como única defensa, desdibujó su cara.
"Con Dios, Fidela", escuchó, cuando ya se marchaban. Su genio, entonces, la acusó de miedica y su abuela lo recibió de forma contundente:
-Pero qué muchacha...Qué prisas te han entrao de golpe...-le reprochaba, intentando acompasar la zancada- ...Que me vas a caer...-Seguía relatando impulsada por el enfado.
Cuando llegaron al cementerio, se calmó. Una brisa suave le secó las lágrimas. Las gentes se movían de lápida en lápida. Algunas por afán de curioseo, otras rezaban. Aquellas casitas diminutas le producían temor. Las velas y las flores, sensaciones encontradas. Las palabras de su abuela, de nuevo, morían en su brazo:
-Anda vamos, que parece que te ha dao un pasmo...Y sintió, otra vez, la presión de sus dedos huesudos.
Se adentraron en uno de los caminillos, cubierto de zarzales y malas hierbas. Las lápidas, amarilleadas por el tiempo, mostraban inscripciones negras y fotos antiguas. No dejaba de sentir atracción y miedo  al mismo tiempo. Había en el aire soplos de nostalgia desconocida que embargaban sin saber porqué. Mujeres apagadas deambulaban arrastrando toda la tristeza de su mundo roto. Se fijó en varias viejas. Recitaban un padrenuestro arrodilladas. Con la mirada perdida en una foto, ya sin color definido, buscaban una conexión imposible, una esperanza. Paseó la vista alrededor para buscar la tumba de su abuela Jacinta, la madre de su padre. No tardó en encontrarla, pero fueron recelos los que volvió a sentir, una vez que hubo leído el epitafio. Corrió hacia su abuela Fidela y, sin mediar palabra, le espetó:
-Abuela, ¿por qué se muere la gente?
-Los reproches de Fidela  por su desobediencia quedaron anulados por la pregunta. Se mesó las canas como pudo y le respondió:
-Porque se tienen que morir...Si no aquí sobraríamos muchos.
-¿Y adónde van...? -volvió a insistir.
-Pero qué preguntaora estás hecha...pues al cielo con los ángeles.
-¿Con el ángel de la guarda...?
-Sí, con ese, con Dios y con la virgen María...Y no preguntes más que eres mu chica pa saber de estas cosas.
Ahora sí que se sintió estafada. Su abuela guardaba un secreto al que, por el momento, no podía acceder. Se quedó rumiándolo, mientras observaba cómo colocaba las flores en el jarrón, delante de la tumba de su abuelo. A poca distancia vio una puerta de madera carcomida. Estaba entreabierta. Invitándola. Acudió a su llamada, aunque tuvo la certeza de que algo desagradable iba a contemplar. Se aproximó y la entornó. Un olor profundo a tierra húmeda la contuvo. En un rincón, un montón de huesos apiñados. Algunos harapos los bodeaban. Estaban putrefactos, en simbiosis con la tierra. La luz de la calle hería la visión. Paralizada, no sabía qué hacer. Pero no dejaba de mirar sin atreverse a cruzar el umbral. Escuchó unas voces. Eran las de su abuela. Venian a salvarla:
-Pero no te tengo dicho que no me dejes sola...
-Pero...
-No hay peros que valgan, coilo con la niña.
-Qué hay adentro, abuela...
-Ya te he dicho que eres mu chica pa saber de estas cosas...Tú juega y no pienses en cosas de mayores, ya tendrás tiempo de saberlo.
A la vuelta iba más deprisa de lo normal, casi arrastrándola. No quería sentir por un momento más el frío del cuarto de los huesos. Fidela se quejaba:
-Es que te han dao cuerda o qué...Pero qué muchacha...
Desde lejos, sus siluetas semejaban una sombra deforme en las paredes de las casas.
Como ellas, también parecían correr hacia la vida."

"Retales de la memoria". Libro I. Capítulo XI, "Un día de San Martín y una mañana en el cementerio".
También os adjunto dos bocetos que he realizado para ilustrar este capítulo. El primero de ellos es una aguada de colores, con la que he pretendido simular el tono entre gris y ocre de eso días de noviembre. El segundo, un dibujito de los que yo hago. 
Que lo disfrutéis. Nada me haría más feliz. Besos.

20 comentarios:

  1. Me encanta. Me has transportado en el tiempo. Gracias.

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    1. Pues gracias por el comentario. Eso era lo que pretendía. Saludos.

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  2. Que me tengas mucha suerte. Es precioso.

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  3. Como todo lo que escribes, este relato me parece muy fluido, ameno y dicharachero. Parece sacado de un cuento para niños. Animo y a seguir cultivando esta, tú afición tan maravillosa y que expresas tan bien.

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  4. Usted tiene una forma muy bella de novelar. Felicitaciones. Una admiradora.

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    1. Muy agradecida por su sentido comentario. Un saludo.

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  5. Gracias. Aunque parezca sencillo, me ha costado. ¡¡Qué mérito tienen los ilustradores¡¡

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  6. Acabo de leerlo y me he emocionado. ¿Para cuándo el próximo?.

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    1. Gracias. Pues tengo pensado publicar algunos fragmentos de los capítulos a principios de cada mes. Da la casualidad de que coinciden con los meses del año. Saludos.

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  7. Pues sí, lo he disfrutado y mucho!

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    1. Son los mismos recuerdos, aunque salvando la distancia de los años. Tú, por entonces, aún no habías nacido. Besos. Puri.

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  8. Debe de ser muy agradable leerlo. El libro, me refiero.

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  9. Pues yo te aseguro que sí. Aunque es una opinión sesgada. Ya tendrás ocasión de comprobarlo. Saludos.

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  10. Precioso, lo he leído en un suspiro!!

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  11. Éste relato no lo conocías, eh? Me hace muy feliz que lo hayas leído y que te haya gustado. Besos.

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